Ni de religión ni de política…Dicen que no se habla de estos temas en reuniones sociales. No tengo un máster en protocolo, pero para mi edad he vivido y me he movido mucho y siempre he podido hablar de todo, con cualquiera, en cualquier parte.
¿Es el arte un aparato propagandístico? Por supuesto que sí, negarlo sería absurdo y empobrecedor si queremos comprender la evolución del arte al hilo de la evolución del hombre. El arte ha sido vehículo de comunicación de la grandeza de reyes y gobernantes a través de los siglos. Funcionó con gran eficacia como instrumento didáctico y moralizador, del que, mecenas como la Corona y la Iglesia hicieron buen uso.
Pero el arte ha sido también una vía de escape a la imposición social y moral, una ventana a los sentimientos capaz de liberar al hombre de forma más explosiva y duradera que ninguna corriente filosófica. Y cuando hablo de «liberar sentimientos» lo hago en dos direcciones. El arte libera los sentimientos de quién la crea y de quién la disfruta.
¿Qué exhalan pues las obras de Luis de Morales? ¿Religiosidad? Indudablemente, pero si queremos ir más allá, y doy fe de que SÍ queremos, podremos ser testigos de innovaciones cruciales para la evolución de la historia del arte posterior. No es banal que sea el Museo del Prado quién propuso esta muestra, ya que es en su propia colección dónde podemos encontrar las claves reveladoras que nos acercan a la obra del Divino Morales, uno de los artistas más originales del Renacimiento español, que nos habla de lo humano y lo tangible, de lo que se siente en las carnes, ya sean estas de un Dios hecho hombre o de un respetable mortal, (que se subió a un faro como tú en este momento)
¿Qué me dices si te digo que Luis de Morales pintó sus tablas para ser «sentidas» desde cerca? Así es, en las distancias cortas las emotivas escenas de Morales servían como propiciadoras de un climax de intimidad religiosa. Son tablas llamadas «devocionales» que ayudaban a que el creyente entrase en ambiente de oración a través de la empatía con una imagen humana, tierna, y hermosa.
Una Virgen, una madre, una mujer y de la tres nos habla a la vez Morales en «La Virgen de la leche» y lo hace con la delicadeza de un velo transparente, de una piel viva y sensible al sol y al viento, y de una ternura que se acentúa gracias al fondo oscuro y plano de la tabla. Podría ser una escena cotidiana de una madre que amamanta a su pequeño, sino fuera por que El Concilio de Trento, clausurado hacía apenas dos años, impedía que se mostrasen los senos desnudos de María. Morales cumple, pero no deja inerte, y ese niño con su mano, indica lo que busca.
La pincelada de Luis de Morales es más fuerte que las restricciones del concilio y así, los rostros de sus Vírgenes transmiten una serena emotividad y belleza propias de la dama soñada de un caballero andante, con sus pestañas de mariposa, pobladas e inolvidables, y sus cabellos rizados de suave color rojizo.
Y esque en Luis de Morales se conjuga un equilibrio perfecto entre aspecto y funcionalidad. Sus obras están ejecutadas con extrema delicadeza pictórica sin renunciar a su carga emotiva, sin caer en la frivolidad de imágenes distantes o idealizadas. Esta es, a mi entender, la seña más especial de la mayoría de obras que componen esta muestra, y la clave para entender sus fuentes.
Luis de Morales conoció en profundidad las obras de rotundos maestros Italianos, como Leonardo, Miguel Ángel, Rafael y Sebastiano del Piombo. De estos colosos toma Morales la destreza de mostrar sentimientos sin dramatismo, sino a través de la belleza melancólica.
El Divino (bautizado así por Antonio Palomino en el siglo XVIII) tomó también buena nota de la modernidad de pintores flamencos, como Van der Weyden y los hermanos van Eyck. Herencia que puede apreciarse en el tratamiento detallado de los fondos naturales o en el peso y calidades de los paños, sin duda, a Morales, le gustaba tocar las telas antes de darles vida en el lienzo, ya que casi podemos oír el crujido de mantos, faldas y corpiños.
Resultan especialmente insólitas y reconocibles las llamadas «Vírgenes del sombrerete» , pequeñas tablas en las que, como si fuese una muchacha en romería, la Virgen luce un sombrerito tipo plato que le confiere un aire infantil y eterno, como si esa gracia que ostenta resistiese al paso de los siglos, pasando de una mujer a otra por medio de la tradición folclórica.
Es curioso, pero hay un verde azulado completamente Luis Morales, y lo vamos descubriendo desde «La Virgen del pajarito» a través del resto de obra expuestas. Es un tono muy representativo de este artista que además tiende a utilizarlo para aportar rotundidad pétrea. Es decir, en ocasiones, cuando este color cubre las piernas de sus Vírgenes, estas parecen estar sentadas en un trono, como si este color las dignificase y convirtiese en pilar clave de la Iglesia.
Por otro lado, ya que venimos hablando de cómo lo divino y lo mundano se unen en la obra de Morales ¿No es la melancolía un estado presente tanto en el más beato como en el más agnóstico de los hombres reflexivos? La representación del Varón de Dolores del Divino Morales, remite en composición y pose a la interpretación de Durero en su serie conocida como Estampas Maestras. (Galería Nacional de Karlsruhe. Alemania)
Luis de Morales, como El Greco, fue un artista famoso en vida, y contó con un prolífico taller. Sin embargo, en los dos siglos que siguieron a su muerte, fue relegado al olvido, tachado de sentimental e incluso ninguneado.
Esta muestra, en la que junto al Museo del Prado, participan el Museo de Bellas Artes de Bilbao y el Museu Nacional d´Art de Catalunya, así como la Fundación BBVA, pone al público en oración de nuevo….y repito, no importa si crees o en qué crees, se trata de una oración con el alma que todos tenemos, de dialogar con el pensamiento y la belleza para aceptar que el arte y la vida siempre tienen algo nuevo que enseñarnos.
Muy bonito texto, enhorabuena. Un abrazo
gracias, tengo de quién aprender…un beso