Acercándose a un van der Weyden uno parece quedarse solo, expectante, como si esperase una confidencia.
Mi primer impulso fue leer las cartelas que acompañan a las obras para explorar cómo la museología construye la narración que explica el legado de Rogier van der Weyden. Yo tenía mis preguntas: ¿Qué aportó a la historia del arte el que fue el pintor de Bruselas en el siglo XV? ¿Cómo condensar su misterio en unas líneas?
Fue el ambiente sereno del Museo del Prado y mi convicción de acercarme al artista, sin intermediarios, lo que me llevó a olvidar las cartelas y dedicarme a las obras, solo a mirarlas y a dejar que ellas respondiesen, sin pedir más explicaciones intelectuales. Acerté, porque disfruté, y porque ahora su misterio me parece un poco más asequible, más mío.
Aunque a primera vista, la obra de van der Weiden pueda parecer distante, su capacidad de conmover es una fuerza silenciosa que te atrae hacia dentro del cuadro. Empiezas observando de lejos, que es como tradicionalmente nos han enseñado a mirar el arte «Toma perspectiva» nos dijeron…
Sin embargo a medida que sus obras te piden que te acerques descubres detalles cargados de emoción que navegan entre el naturalismo y la idealización pictórica. Una paradoja que Weyden convierte en su propio lenguaje.
«Las lágrimas, las lágrimas» Desde que esta muestra se instaló en el Prado, todos hablan de esas lágrimas de la Virgen sufriendo por el dolor de su hijo en «El Descendimiento» pero ¿Qué más? Pues resulta que esta obra esconde detalles que desvelan no solo la maestría técnica del artista sino también su intención.
Los personajes se nos muestran casi congelados, contorsionados para encajar en el marco. Las proporciones espaciales no se rigen por las leyes de la lógica. De pronto vemos un Cristo enorme junto a una cruz demasiado pequeña. Ese Cristo desciende en diagonal con una Virgen que le acompaña, creando una ola que describe el doloroso viaje. Luego me sorprenden los rostros.
van der Weyden sabe mostrar sentimientos profundos a través de la expresión facial de sus personajes a la vez que mantiene una solemne quietud en el ambiente de la escena. Esto resulta fascinante, en cada rostro hay una historia, y además hay una historia global que los hace partícipes a todos. ¿Se relacionan los personajes entre ellos? Sí, pero sin demasiado sentimiento, los affetti son leves, y aunque interactúan parece que cada uno viva en su propia dimensión.
Y delante de esta obra pienso…Un descendimiento es el instante que sigue a una crucifixión, ambos momentos extremadamente dramáticos, ante «El descendimiento» de van der Weyden, ¿Me lo creo o no me lo creo? ¿Es verosímil la imagen que nos presenta? La imagen tal vez no, aunque recree con rigor la realidad. Pero lo que sin duda me convence es el latir del momento, pues el dolor de la Virgen es el de una madre y el del Cristo el de un hombre al que matan injustamente. van der Weyden pinta aquí un sentimiento universal.
Esta es una de las peculiaridades del artista. Ser capaz de presentar una escena real si atendemos al detalle, y a la vez idealizada, si la miramos en conjunto. Contradictorio pero cierto. Para Weyden lo que importa es el sentir que transmiten las obra, en este caso el hecho religioso, el significado íntimo de la muerte de Cristo.
La delicada ejecución y la impronta del color hacen el resto. Finura en los rostros y en las manos, peso y volumen en las telas. Rojos, azules, dorados. Descubro que, por mucho que el artista tienda a esquematizar las figuras, cada mirada que dedico a cualquiera de sus obras me descubre detalles nuevos, detalles que son en sí mismos una fórmula narrativa, como sucede en «Los 7 sacramentos» una obra para perderse explorando.
Su narración en este tríptico, que describe los 7 sacramentos en las capillas laterales de una catedral gótica, funciona como un Libro de Horas y Weyden trabaja aquí como un miniaturista. Recorriendo esta obra es normal toparse con otra cabeza que como tú, se acerque en busca de detalles en los que no reparó en la primera mirada. En mi caso fui a dar con una entusiasta «testa italiana» que al cruzarse con mis ojos indagadores exclamo ¡Barbaro questto Weyden!
Si volamos un segundo al siglo XV nos encontramos a Rogier van der Weyden, Jean van Eyck y Robert Campin (conocido como El Maestro de Flemalle) sentando las bases de lo que será la pintura flamenca, pero ¿Qué tienen en común? Podríamos decir que los tres secularizan la imagen religiosa en la pintura, es decir, representan escenas religiosas en el ambiente de su época. (dentro de una típica casa flamenca y vestidos a la moda del XV) Entonces ¿Qué les diferencia? Mientras van Eyck y Robert Campin buscan la verosimilitud y el naturalismo en figuras y ambientes, Rogier van der Weyden envuelve sus imágenes de altas dosis de idealización, ya que para él la realidad es menos importante que la intención de transmitir sentimientos perdurables, comunes a lo religioso y a lo humano.
hasta aquí ok, pero, el arte está lleno de imágenes religiosas ¿Qué sentimiento nuevo se experimenta ante el lenguaje de van der Weyden? Creo que la unión entre lo espiritual y lo terrenal. van der Weyden refleja dolor divino y humano, esperanza divina y humana, hasta fe en lo divino y en lo humano, y crea así una iconografía que seguirán los artistas del Renacimiento.
Al margen de datos académico-técnicos, ¿Cuál es mi instante mágico en esta exposición? La dulzura de la «Madonna Durán» viviendo tranquila con su niño, ajenos al paso del tiempo.
Al salir de la muestra me perdí en argumentos y titulares de prensa buscando cómo hablaban otros de van der Weyden, sin saber todavía cómo lo contaría yo. Podría explicar su importancia en 10 puntos pero este enfoque, rítmico y entretenido para otros asuntos, me resultó pobretón para abordar su misterio. Opté entonces por lo que aquí lees, narrar sin ambages mi propia visita, reconociendo que entré a la muestra buscando sentido y salí colmada de sensibilidad. No te la pierdas (hasta el 28 de junio en el Museo del Prado)
En un principio, como a ti, no me atrapan sus cuadros mirados desde la distancia. Frialdad, acartonamiento, postureo (que diríamos hoy día). Sin embargarlo, los detalles fascinan y atrapan. Las lágrimas parecen reales, a punto de resbalar por las mejillas de la Virgen y de Mª Magdalena. La palidez cadavérica, las poses más propias del Barroco, retorcidas y movidas. La calidad y las texturas de los tejidos representados. El uso del color, no colocado al azar, sino siguiendo un patrón estudiado. Debemos, en fin, acercarnos a su obra con otra mirada.
Un saludo
Efectivamente, se trata de acercarnos sin prejuicios, siempre es bueno haber indagado sobre artista pero al final el arte es pura emoción y es maravillosos ponerse ante la obra para dejarse seducir,gracias por tu apoyo al faro Carmen
Me gusta como nos enseñas a mirar un cuadro
Y a mi me gusta cómo acompañas y apoyas al faro, un abrazo!
Buena decisión
Gran descripción formal con esa porción de emoción que la dota de toda la calidez que el cuadro transmite. En el mejor recuerdo de un Baudelaire describiendo y escribiendo en uno de sus Salones. Gracias Leticia por cargarlo de ese sentimiento que realmente el maestro quiere transmitir más allá del nivel descriptivo de su realidad y más allá del afán descriptivo de esta maravillosa escuela holandesa
Todo lo que pueda pasar desapercibido en una pintura, se ve a través de tus palabras. Me gusta como nos enseñas a admirarlas.
Gracias a todos los que hacéis estas inmersiones de arte con el faro