Al entrar en ese vacío poblado de esculturas, sentí como si soltase un peso.
Paso largas horas aquí, en estas salas de la Fundación Mapfre. Largos ratos a solas preparando mi trabajo, y muchos más momentos acompañando a las personas a disfrutar del arte en directo, por eso soy especialmente sensible a los cambios que experimenta el espacio en relación con las obras que se exponen.
Tras una larga temporada dedicada a la pintura, estoy segura de que apostar por una exposición de escultura conectará como un flechazo con el espectador, porque estos gestos y expresiones que emerger de la piedra, del bronce y de la arcilla están respirando.
Nadia Arroyo, Directora de Cultura de la Fundación Mapfre, nos explica qué supone para la Fundación una exposición de escultura. Tras ella, la emotividad de una obra mítica de Rodin, que también fue especial para Giacometti; «Los Burgueses de Calais» el monumento que el ayuntamiento de la ciudad francesa encargó a Rodin en 1885 en homenaje a la gesta heroica de unos ciudadanos durante La guerra de los Cien años.
«Rodin- Giacometti» (hasta el 10 de mayo) abre un diálogo entre dos grandes escultores que nunca se conocieron.
¿Se puede establecer tan potente vínculo con quien no compartes vivencias?
En este video-artículo descubrimos que sí. Espero que avive tu curiosidad por la escultura y que podamos explorar la exposición juntos. Consulta nuestras Visitas guiadas a «Rodin-Giacometti en marzo y abril»
Dos escultores tocando la vida
Cuando Alberto Giacometti (1901-1966) era un adolescente, empezó a copiar dibujos de Auguste Rodin a partir de libros. Giacometti llega a París en 1922, Rodin había muerto en 1917, y el joven Alberto, tuvo como maestro precisamente a un alumno y ayudante del próspero taller que Rodin tuvo en vida. Antoine Bourdelle.
¿Cómo no iba el inquieto Giacometti a buscar el tacto de quién había revolucionado la escultura?
Auguste Rodin y su legado estaban muy frescos. Rodin había traído de su viaje a Italia el refinamiento de Donatello y la fuerza expresiva de Miguel Ángel. Su empeño por explorar las emociones humanas caldearon la materia para dar lugar a esculturas de abrumadora potencia expresiva.
Porque el interés por la figura humana es el gran nexo entre Rodin y Giacometti y su contacto con la materia que trabajan su eterno anclaje a la realidad.
Mientras observo las obras, casi pierdo la noción del tiempo, me voy sintiendo leve, voy sintiendo la fragilidad de la vida, la importancia de los detalles. Me gusta imaginarlos a los dos, Cada uno en su época, en sus respectivos talleres; transmitiendo su energía interior a sus figuras a través de los dedos.
¿Los años del fin del mundo?
Lo que vives imprime carácter. Auguste Rodin es el hombre que vería brillar la Belle Époque y la transformación de París hacia una ciudad entregada a los placeres modernos, aunque eso que han llamado «crisis de valores de fin de siglo» fuese barrido bajo la alfombra camino de la Gran Guerra de 1914.
Alberto Giacometti vive la tensión del periodo de entreguerras y ve de cerca el infierno tras la apertura de Auschwitz, así que comprendo su rabia, su desencanto, que tal vez le llevaban a intentar atravesar la materia; como si desease hacer desaparecer sus figuras, mostrando a la vez ciertas heridas que todos llevamos, aunque callemos.
Esa falta de musculatura fantasmal es lo que impresiona de las figuras de Giacometti. como los hombres que caminan, que ya son un símbolo, aunque nadie sepa hacia donde van. O esos bustos donde el gesto engulle la carnalidad del cuerpo. Extremadamente melancólico para unos y violento para otros; los grupos escultórico de Giacometti son la tensión aún no resuelta entre lo colectivo (lo social) y lo individual (lo íntimo)
Pero habíamos dejado a Giacometti en París en los años ´20 y aunque admirador incansable de Rodin, como hijo de su tiempo, Giacometti también sigue la senda de Las Vanguardias, trabajando bajo los ideales plásticos del Cubismo y del Surrealismo, dando lugar a obras donde el autor desaparece en favor de la estética. Esculturas lisas, bellas pero a mi juicio más impersonales, porque falta alguien, falta el propio Alberto.
A partir de 1935, Giacometti vuelve a sus orígenes, a lo que considera el punto de partida de todo arte; La figura humana, que no el cuerpo humano; porque tanto Rodin Como Giacometti moldean el cuerpo a través del ímpetu del espíritu. Por su expresión, por su gesto, ya sea de pasión, de dolor o de rabia; la capacidad de mostrar esos instantes emocionales son para Rodin y Giacometti el compromiso con su trabajo como artistas.
Dejé reposar este texto y me fui al gimnasio. Diría que hacer ejercicio sienta mejor a la mente que al cuerpo, y sin embargo, observando el esfuerzo de los demás mientras me hacía cargo del mío pensé: ¿Por qué a veces nos complace y otras nos espanta observar nuestro cuerpo? Esto responde a esquemas emocionales y sociales de belleza y estética, y sin embargo, esta carcasa exterior es la herramienta más primitiva y potente que tenemos para conectar con otra persona; nuestras miradas, nuestras manos, nuestra voz.
Las primeras obras de Rodin no fueron bien aceptadas, tanto críticos como público parecían sentirse ofendidos ante la capacidad del escultor de acercarse a la realidad. En 1864, Rodin se desligó de los ideales convencionales que habían regido la escultura con su «Hombre de la nariz rota» Aunque la obra fue aceptada en el Salón Oficial de París de 1875 no dejaba de considerar una obra inacabada, incluso casual.
Prueba de que el instinto nos guía por caminos acertados, es que precisamente el uso creativo del accidente fue una de las mayores contribuciones de Rodin a la escultura moderna. Las figuras aparentemente rotas, fraccionadas, desgarradas, muestran la vocación de Rodin por sobrevivir a los cánones artísticos de su pasado y seguir adelante.
En este punto las conexiones entre Rodin y Giacometti ¡Echan chispas! Y nuestros ojos se fijan en todas esas hendiduras y rasgones que hacen las veces de ojos y bocas en las figuras de Giacometti.
Otorgar a lo aparentemente inacabado o imperfecto más importancia que a la armonía formal no es solo un ejercicio práctico, sino que responde a una forma de entender el arte que abre camino a los artistas posteriores y que hoy sigue vigente en las obras de muchos artistas vivos que exponen en las galerías de arte de Madrid y del mundo.
Subir al pedestal o nacer de él
Cuando en 1900 Rodin organizó su propia exposición (Conocida como Pavillon de l´Alma) al margen de la Exposición Universal de París, el artista utiliza una serie de columnas del Louvre en las que encarama a sus esculturas siguiendo un esquema clásico con el que el público podía estar familiarizado.
Pero de pronto, encuentro «La Pensée» (El pensamiento) y vuelvo a «Los Esclavos» de Miguel Ángel de La Galería de la Academia de Florencia, en palabras del propio Rodin
«Salen del interior hacia fuera, como la vida misma»
Para Giacometti el pedestal en sus grupos escultórico funciona como los marcos que utiliza en sus pinturas y dibujos. El pedestal enfatiza la expresividad y juega con nuestra percepción cuando observamos sus miniaturas, qué parecen incluso más pequeñas y delicadas.
¿Quién demonios es «El hombre que camina»?
Es el hombre que no cae, el que avanza a pesar de las circunstancias, a pesar de desgranarse por el camino.
Tanto Rodin como Giacometti realizan distintas versiones de este motivo. Frente a la rotundidad física de las figuras de Rodin, los caminantes de Giacometti parece amenazantes a lo lejos pero frágiles y asustadizos de cerca, a pesar de su gran tamaño.
Este modelo les viene de su pasión por el clasicismo, ya que ambos artistas admiraron y estudiaron el arte egipcio y el griego, haciendo del Museo del Louvre sus segundos talleres.
Para Rodin, la estancia en Florencia y Roma fue determinante para interiorizar el arte renacentista; Mientras que Giacometti solía copiar obras de maestros de la pintura y el grabado como Durero y Rembrandt. Aunque esta exposición es en blanco y negro, me gusta destacar que en 1920, Giacometti y su padre quedan impresionados por los frescos del Giotto en Padua y por la elegancia de los colores de las pinturas de Tintoretto en Venecia.
Se sabe que Rodin era coleccionista de piezas clásicas y Giacometti de libros, y además su memoria visual era privilegiada, como explica la Directora de la Fundación Giacometti, Catherine Grenier, una de las Comisarías de esta muestra,
«Giacometti llevaba un museo del clasicismo en su cabeza»
Yo te recomiendo que te permitas el lujo no solo de mirar, sino de escuchar los ecos vívidos que resuenan en cada pieza. Te animo a que te deleites pensando también en el proceso de creación, en como de la arcilla surgen tales latidos; Puede que, tras hacerlo, el trazado para tus próximas 2 horas o tus próximos 10 años hayan cambiado ligeramente de dirección, desde luego, doy por seguro, que habrás crecido
“Practico la pintura y la escultura, para morder la realidad, para defenderme, para alimentarme, para crecer»
(Alberto Giacometti, extracto de entrevista, 1959)
Por mi parte, te espero en nuestras visitas guiadas a «Rodin-Giacometti» para más info y reservas escribe a info@elfarodehopper.com
Un abrazo desde El faro de Hopper